martes, 8 de noviembre de 2011

LA NIÑA QUE NO PUDO SER GITANA. CUENTO




Fue una niña morena de ojos color aceituna, que en el estío el sol cambiaba al de las mieses para su recoleción; cimbreante figura, risueña e inquieta, soñadora y
despierta, señalada por su familia como la gitanina, llegado a tal estremo su credulidad que, en el carro de una troupe de gitanos se embarcó una tarde-noche des-
pués de la función en la Plaza de la Fuente, al lado de su domicilio; loca de conten-
ta en el carromato tocaba palmas con sus hermanos, los churrumbeles, que formaban
panda para amenizar la función en los descansos de los animales, artistas, y domadores:

Al son de la pandereta bailaba el oso, la cabra, en la escalera, subía a lo alto
y en el último peldaño hacía acopio de destreza dando vueltas sin caerse abajo....
el monito, muy majo, vestía calzón, camisa a cuadros y su cabeza cubria con som-
brero de copa, daba saltos mortales al compas de la trompeta que tocaba el abuelo,
fundador de la familia gitana.

De esa guisa la niñita, no se había percatado de su familia que, ante su desaparición, siguió al carro hasta las afueras de la ciudad, donde increpaban a los
gitanos de haberla raptado, cuando ellos, inocentes, no estaban al tanto de que
la gitanina se había colado entre los niñitos gitanos:

Un par de manos la agarraron con fuerza hasta elevarla al frente la cara de su padre
que, se encontraba angustiado y enfadado, a su lado la mamá, la tía Teresa y todos
los hermanos, sus tíos, pero ella pataleaba en lo alto, no quería salirse del carro,
ella era gitana y quería estar con los gitanos.

Hoy, la gitanina es una viejecita de pelo blanco que, por fuerza siguió la vida de
los payos y aún añora el carromato de los gitanos.


Leonor Rodríguez Rodríguez.